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“Arquitecto” made in Bolivia


¿De dónde viene el termino Arquitecto? Es una pregunta curiosa de hacerse para iniciar una charla dirigida al colega que la lea, pero es bueno recordar cual es el origen de la palabra que nos identifica como un ente profesional.

Si analizamos la palabra etimológicamente, encontraremos que tiene un origen inicial en el latín “Architectus”, denominación que, como muchas palabras del latín, tiene su origen en el griego “architékton”, composición de dos palabras probablemente conocidas, “archi” (el primero, el que manda) y “tecton” (albañil o constructor), entonces lo que podríamos entender es que el arquitecto es el que manda a los constructores o el que manda en la obra. (Dejtiar, 2018)

Con esta información en mano podemos pasar a la pregunta más importante ¿Realmente es así en Bolivia?

Nuestro medio y la forma en que se realiza el proceso de construcción, hace poner unas comillas a la característica del que manda en la obra y por ende en el adecuado uso de la palabra, pues actualmente se siente como si existiera una guerra de autoridades según qué campo especifico de la arquitectura estamos hablando.

Pues, si bien podemos argumentar que, cuando está el “arquitecto” en obra se hace respetar o que al final todo sale de acuerdo al plano que se diseñó, esto no queda tan claro, porque el primer punto está sujeto a la presencia del “arquitecto” en la obra y el segundo tiene una falencia en que muchas obras se ven cambiadas del diseño original tras pasar por ingeniería, geotécnica o porque el maestro lo ha construido toda la vida de otra forma, incluso cuando el dueño ha dado el visto bueno al diseño original.

Son cosas que pasan, o acaso no es muy común escuchar las quejas de que:

“El topógrafo llego a lotear y pues a presión del dueño tuve que firmar nomas”, “Ya tenía el diseño, pero el cálculo estructural me movió todas las columnas”, “El tramite al final lo iniciara solo con abogado”, “en media construcción los tubos de instalaciones los hicieron pasar por donde quisieron” o “Al final solo construyeron con maestro, ya verán cuando se tengan que hacer arreglos”.

Tal vez el “arquitecto” no ha terminado de perder el control de la obra al 100%, pero estos hechos son un indicio de que el control ya no está totalmente en sus manos.

Esta situación se hace más interesante aun cuando vemos que pasa en otros países, pues, en España, Chile, Paraguay o Estados Unidos, si bien el arquitecto trabaja codo a codo con el ingeniero, topógrafo, urbanista, entre otras múltiples profesiones que en nuestro medio no los tenemos por común, este siempre mantiene el control total del resultado del diseño, donde los cambios a mitad de obra siempre son una decisión final del arquitecto, escuchando a los demás, pero no dependiendo de ellos para culminar una obra.

En este sentido el “arquitecto” nacional, poco a poco va perdiendo la potestad de su creación y se va volviendo un diseñador, que da la primera idea, pero no tiene el control de cómo esta va a terminar porque depende de muchísimos otros que darán las soluciones necesarias para hacer de ese papel una realidad.

Es más, teniendo esta realidad en mente, los diseños se terminan limitando, pues mientras más sencillo sea, menos cambios se tendrán que hacer y menos líos tendrá, produciendo un estancamiento en el desarrollo de la arquitectura a nivel local y una lamentable falta de defensa de las ideas, que a más sencillas y basadas en la decoración, más gente fuera del gremio puede animarse a cuestionar las soluciones funcionales.

Para nuestra mala suerte, la respuesta de cómo hemos llegado a este punto no está en otros sino en nosotros mismos; podemos echar la culpa a que “no hay respeto”, “se aprovechan”, que “se creen con tuición de cosas que no tienen”, pero la realidad es que es el “arquitecto” el que es el único responsable de esta realidad.

Desde la academia hasta la vida profesional, nos hemos concentrado demasiado en el ornato y el espectáculo para asombrar, lo cual, ha provocado un alejamiento de la técnica o un abandono de la misma (Calvo, M.; en las charlas y reuniones imaginarias, 2023).

Es una verdad que no podemos negar, son pocos los profesionales que han adquirido una pericia técnica que les permita dominar todos los aspectos de la obra, no solo el espacial y el formal de la fachada, sino también la lógica estructural, el proceso constructivo, la visualidad desde cada esquina de la obra, el detalle de los materiales a usar y el porqué de cada solución o decisión tomada en base a un conocimiento el cliente o la sociedad a la que sirve, pocos han desarrollado a fondo la mirada en la arquitectura y los arquetipos de orden que la mente creadora del profesional crea con calidad y eficiencia a nuestro alrededor, en la teoría del proyecto y por ende de la arquitectura (Piñón, 2006).

Nos hemos quedado en que la forma debe ser interesante, llamativa, con un concepto rompedor, que venda, que tenga una forma reconocible con el público (patos, cestas, flores, etc.), existen espacios ordenados y una lógica visible en algunas ocasiones, pero siempre que permitan un juego formal “chalita”, perdiéndonos totalmente en el sistema adintelado de concreto clásico de la casa domino (y ni siquiera bien ejecutado), quitándonos de encima soluciones posibles y responsabilidades al rebotarle la obra al ingeniero y a los técnicos de instalación o topografía pues “ellos sabrán”.

Siguiendo esta tendencia, llegamos a ser una caricatura de esa definición griega que tanto poder supuestamente daba, donde se tenía por idea que se dirigiera cada aspecto de la obra, pero al final nos toman solamente como especialistas en el detalle y en el hermoseo, dueños de nuestros renders, hasta que la inteligencia artificial nos deje atrás en ese aspecto también.

Pero eso sí, nos hemos vuelto muy hábiles para pensar en la gran obra que ha producido la arquitectura a través de los siglos y que nos pone en un pedestal profesional gracias a las grandes lumbreras nacionales e internacionales, donde podemos hablar de estos logros durante horas, sin haberlas estudiado o entendido a cabalidad realmente, en otras palabras, una gran habilidad para ser arquitectos pajpakus, formándonos desde la academia hasta practicarlo en lo profesional dentro de cada ente dentro de la profesión que esto represente, es más debería hablarse a posgrado para hacerlo una especialidad académica, nos iría bastante bien.

Se hace necesario decir que con estas palabras no incluyo a la totalidad de los profesionales en la arquitectura, pues entre tantos que hay en nuestro medio, hay profesionales muy capaces, que tienen conocimientos plenos de la técnica y de la edificación, produciendo obras de una gran calidad y siempre teniendo la respuesta exacta a los problemas que presenta la edificación.

Pero, es necesario decir esta realidad, porque si nos mantenemos ciegos en el poder que supuestamente disponemos y no empezamos a cambiar este desconocimiento de la técnica y todo lo que esto significa, aunque duela admitirlo, ya no seremos indispensables, porque las soluciones realmente importantes y que significan el poder o no concretar la obra, las pondrán otros y seremos un gasto extra de lujo que se puede tomar o no.

Solo pensémoslo de esta forma, es más importante a nivel de seguridad saber cómo podemos generar una luz de 6 m que si el yeso está correctamente planchado, el segundo generará una molestia visual y deberá rasparse o en el peor de los errores quitarse y hacerse de nuevo, en cambio, un error en el primer criterio y se nos viene la planta abajo, sobre quien este por ahí habitando o trabajando.

Es un aviso a navegantes, porque el “arquitecto” made in Bolivia, está más cerca de solo verter filosofía, poesía, dibujo y repostería a bajo costo y con competencia muy desleal, que realmente ser el rector de la técnica y dueño de las ideas de la edificación de un país, que hoy más que nunca está en el punto clave para resurgir una arquitectura dormida y estancada.

“Veritas vos liberabit”, le duela a quien le duela.

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